Hay noches que se extienden sobre el ocaso del día, haciendo olvidar todo lo acontecido bajo el astro rey, hay noches dulces que te invitan a sentarte debajo de un árbol y contemplar la acalorada luna llena, blanca, blanca como ella sola, y el infinito infinitesimal campo verde que se extiende bajo ella hasta el horizonte, que no para de bailar al son del viento nocturno, el mismo que hace tiritar a las estrellas, hay noches tristes, llorosas, pero aun así te arropan, y te dan caricias, caricias que llaman a una ternura recíproca, propiciada por lloros y no sonrisas.
Hay noches que lloran, por el frío de días que pasaron, pero es tan difícil cerrar esa maldita puerta y sonreir cuando el atardecer hace cosquillas por el sur-este. Hay noches que llevan en la cara la cicatriz del desvelo, y hay a veces, que merece la pena. Hay noches dibujadas por un holandés que perdió la oreja, que espiralizan sobre sí mismas, busco su desnudo, para liberalizarse y ser carcomidas por el amanecer para esperar y volver a empezar.
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